sábado, 14 de mayo de 2011

RELATO























"EL NIDO VACIO"












...Cuando oígo decir a mis amigos que esperan que sus hijos no tengan que pasar por las estrecheces que ellos padecieron, no estoy demasiado de acuerdo, discrepo cordialmente. Tales estrecheces nos hicieron lo que somos y creamos el legado de una sociedad mucho más frustífera que el ser humano construye fecundamente, gracias al padecimiento, precisamente. Es posible padecer toda clase de desventajas, privaciones, y acaso, sea no habernos visto obligados a luchar, ampliando nuestros conocimientos y capacidades. No encuentro positivo tener la vida regalada, con frecuencia hoy lo vemos, naturalmente no me refiero sufrir una postguerra para ello.












...Jóvenes, tened presente que con frecuencia, el valor de las cosas no es lo que hay que pagar por ellas, sino lo que NOS CUESTA CONSEGUIRLAS.












...A mi juicio, nuestra sana juventud, sólo puede medir en una dirección: hacía delante, desde las cosas tal como son, hasta su ideal de cómo deberían de ser. No pueden medir para atrás, hacía las cosas como eran, porque no han vivido suficiente tiempo, y no pueden medir lateralmente, porque aún no han tenido la oportunidad de conocerlas debidamente. Las personas de más edad, especialmente los padres y allegados, (abuelos), deben sumar éstas dos medias. Esta es, a mi criterio, la razón primordial de que exista la brecha entre generaciones...Y que siempre existirá...Si no se tiene en cuenta suficientemente, analizándolas con ellos, las orientaciones y consejos paternos.



Mari Carmen.
























ALEGRÍA Y TEMOR SE MEZCLABAN AL VER A NUESTROS HIJOS PARTIR:

































Con añoranza, recuerdo cuando los niños montaban "tiendas de campaña" con mantas, para dormir en ellas, y a media noche, volvían de puntillas a sus camas, donde se "relajaban" de la aventura, los muy puñeteros.  Y lo orgullosos que estaban de ir al colegio...hasta llegar a la puerta y cambiar completamente de opinión, claro. O las veces en que, totalmente enfadados, metían sus cosillas en una caja de cartón y nos gritaban: -"Adiós,ya somos mayorcitos para que nos estéis sermoneando todos los días, nos vamos de casa"-...Pero volvían porque habían "olvidado" ir al baño.












Bueno, la situación no varia demasiado cuando llegan a los veintitantos años y se aventuran en el mundo de los más adultos. Bravuconadas, angustias, movimiento en falso. Tienen un pie dentro y otro fuera: -"¡Hasta pronto! Adiós ¡No te preocupes, mamá!"-dicen al marchar...Pero vuelven el fin de semana a pedir "prestados" el destornillador, un ventilador, el cepillo, el quitamanchas y unas velas. Curiosean el trastero y descubren el viejo sillón del abuelo y los cojines del sofá de nuestro primer piso. ¡Oh sorpresa! Encuentran casi todo.












"¡Justo lo que necesitaba!"- exclaman entusiasmados, mientras cargan el coche con sus "hallazgos".












¡"Adiós, viejitos"!- nos dicen otra vez, como si fuera una despedida por mucho tiempo.












Y sin avisar, los tenemos en casa a la hora de cenar, (por supuesto),suspirando profundamente al ver los platos familiares repletitos de comida, aspirando sus aromas. Más tarde, se van, sin olvidar llevarse dos bolsas llenas de víveres, la parrilla eléctrica, y un libro de recetas de la abuela...(¿...?












Telefonean a cobro revertido, ¡Faltaría más! Pero no con la fracuencia que los padres desearíamos. Y sus noticias nos ponen los pelos de punta, ya canosos: "-Mi amigo se olvidó de echar el freno de mano y dice que mi coche rodó cuesta abajo la calle, pero que afortunadamente no se "topó" con nadie y se estrelló en una vieja tapia"- "El último que llega a la empresa es el primero en que despiden, ya se sabe"- "-No os preocupéis, he vendido el equipo estereofónico-". Tranquis, no pasa ná.












Por aquellos días, me aferraba al teléfono pensando en el modo de hacerles regresar a casa, lamentando no poder chantajearles con todo lo que les encantaban en la infancia: un tambor, golosinas, tebeos, muñeco, etc. En cambio tenía que luchar con el deseo de recomendarles comer "como Dios manda" o recordarles cambiarse de calcetines mojados cuando llovía. Y en vez de eso, lo único se me ocurría decirles, hipócritamente era: "¡Qué bien os las apañáis, hijos!"










Los hijos se van y los padres se unen más recordando los días en que mimaban y abrigaban sus pequeños cuerpecitos. Con nostálgico orgullo y cierto sentido del humor vigilan a su prole desde uma distancia difícil de mantener.




















ES LA ETAPA DEL NIDO VACIO




















Poco a poco, se producen cambios. Algo maravilloso parece nacer entonces, es algo muy sutil, apenas entrevisto en ciertos momentos. Los padres nos damos cuenta de ello cuando visitamos a los hijos.










El hijo, encima de una toalla grande, elabora casi a la perfección las rayas al planchar unos pantalones. (Un planchero piensa la madre mentalmente en su "lista de compras"). "-Mamá, vamos a ir a cenar a un buen sitio. Llamé para reservar"- ¿Estoy bien vestida para la ocasión)"- pregunta la madre, para darle postín a la invitación. El chaval, la coge del brazo y camina alegremente por las calles, presumiendo de que a su lado lleva un tesoro muy valioso.










Los padres observan con amor y admiración. El cuarto parece haberse iluminado con un toque especial. "-Todo esto es muy hermoso-", le dicen de corazón. "-Has convertido esto en un verdadero hogar"-.










Pero...Ya? ¿Ha llegado el momento? Sí, la Ley de la Vida, se hace realidad. Los niños, dejaron de serlo y los padres se asombran de descubrir adultos.










Es estupendo. Nunca lo hubiera imaginado. ¿cómo adivinar que, de mis cuatro hijos, la más tímida iba a intervenir en coloquios sobre su profesión, sin la menor turbación? ¿Qué el quisquilloso y encrespado en la adolescencia enfoca su porvenir en el difícil servicio a la Humanidad? ¿Y el menos estudioso, llegaría a ser un investigador? Otro, con veinticico años, dos carreras universitarias, con las mejores notas?










Francamente, jamás pensé que mis jóvenes adultos pudieran ser tan bullangueros y chistosos ahora, y enseguida, volverse tan introspectivos, tan generosos, confiados...Nunca pensé que ninguno se hiciera jamás un seguro de vida, un traje con chaleco; ni que fueran capaces de prestarse el coche, dinero, ropas, unos a otros, cuando no estaba lejos en el tiempo que se robaban los caramelos, y a la hora de limpiar el cuarto compartido se hacían "trampas para cazar leones".










Hace ya tiempo, tuve que esperar nueve meses cada vez para saber cómo serían mis hijos. "-¡Qué preciosidad!-" , dije al ver aquellos tiernos cuerpacitos, y quedaba prendada de ellos. Ahora son otra vez maravillosamente nuevos, de forma muy distinta. Nuevamente me siento conquistada.










La primera vez que mis hijos se aventuraron fuera de casa, pensé que volaban hacía un mundo tan lejano que mi corazón sería incapaz de resistir el viaje. Pensé que era el final de una gran etapa, pero me equivoqué: entonces comenzaba una parte muy especial, el lazo firme, fuerte y definitivo, la meta y al mismo tiempo: EL PREMIO EN LA MADUREZ.












(Parcialmente recopilado).